domingo, 13 de marzo de 2011

Un antojo es la cicatriz de un deseo

A la línea le faltaba la palabra



La historia de Hipodámia (que otros llaman mito) fue rescatada del fondo del mar por un buzo comedor de algas.

Geógrafos y adivinos se disputan la interpretación del hallazgo. Los geógrafos -calculando la brisa y la marea- se aferran a la hipótesis de que la historia de Hipodámia corresponde al mar Egeo y sus habitantes. Los adivinos -recostados en la arena- tuvieron saladas visiones durante cuatro días y afirmaron, con negra cólera, que la historia era falsa; una liviandad de Nereo: dios marino.

Sin embargo, el buzo comedor de algas, asombrado de tanta mezquindad, me contó la historia de Hipodámia y me entregó también, una musgosa tabla con inscripciones de lengua incierta.

Transcribo la historia tal como la contó, y la traducción de las inscripciones que parecen versos.

"Hipodámia, de altivo talle y voz templada, el día de su boda con Peritoo fue raptada por los Centauros.

La llevaron a la isla de Lemos y la ultrajaron. Los Centauros, borrachos, se burlaron de la belleza de Hipodámia. Uno de ellos le mordía los muslos, otro -el más altivo- hundía su pezuña en el vientre de Hipodámia que con el rostro irreconocible, imploraba el golpe que le diera muerte.

Ceneo, luchador invulnerable, se apiadó de Hipodámia y navegó a la isla de Lemos para dar muerte a los Centauros con su lanza incontenible. Desolló a los Centauros, les sacó las entrañas y dio de comer a Hipodámia.

Agradecida, Hipodámia se entregó a Ceneo.

Poseidón, despechado, quitó el conjuro y Ceneo volvió a ser mujer. Hipodámia, de altivo talle y voz templada, fue arrojada al mar por desear su propia muerte. Su castigo es interminable: espuma cuando la ola despierta al sol y mujer sin entrañas cuando la noche llega".





LA SUERTE DE HIPODÁMIA



Cuando la undosa mar se levante de su sueño


y esgriman las olas los sonidos del combate;


el soberano sol-ardiente labio- su empeño


anunciará tu nacimiento con el embate


de los días: infaustos panales de tu muerte.


¿Qué Dios dictó sentencia? ¿Qué lápida te abruma?


¿Si al nacer ya eres brisa al subir de la marea?


¡Ay! Hipodámia, hija, submarina del canto;


Si al rapto del Centauro tu memoria se orea,


deja la noche húmeda secarse con el llanto


de la estrella: corona sagrada de la luna.


Y entre tanto, Hipodámia, con sus notas de espuma


se lamenta del sueño al esconderse del día;


¡Del destino demando! ¡Escorias del tiempo!


Soy húmeda belleza, terrible y miserable


suerte. Barca nocturna por voluntad ajena;


herida por el agua, comida por el fuego.


Ciego remo la ira, ¡Maldigo!: voz de arena.




Sergio Astorga


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