lunes, 10 de enero de 2011

Este siglo viene un poco "raro"

Tendemos -seamos sinceros- a denostar el trabajo que se realiza en los COPs y Berritzegunes: desde los centros los vemos como desertores de la tiza y los acusamos de vivir al margen de la realidad cotidiana de las aulas.


Tendríamos que asomarnos más a menudo a ese trabajo de orientación. Deberíamos haber invitado antes a este espacio a asesores como Joseba Ibarra para enmendar en lo posible esa opinión. Su conocimiento e implicación en los temas más espinosos del momento educativo -Refuerzo Lingüístico- y en las nuevas apuestas de la Reforma -Tratamiento Integrado de las Lenguas- desmienten esa lejanía que a menudo les reprochamos.

Esa labor prolongada, esa carrera de fondo, se refleja perfectamente en este post en el que el autor analiza la labor de enseñar en un mundo que avanza a una velocidad desconcertante.



Ni mejor, ni peor. Simplemente raro. Muy diferente, cambiado. Tampoco los siglos anteriores tienen mucho de qué presumir, la verdad. El XX, sin ir más lejos, tuvo dos grandes guerras, además de otra fría y unos cuantos conflictos calientes. De todas maneras, faltando todavía el 90% del XXI, a lo mejor debería haber escrito el título entre signos de interrogación (¿?). Pedía Niels Bohr que cualquier frase que dijese “no fuera entendida como una afirmación, sino como una pregunta”. Pues eso, que este siglo nos ha llegado un poco rarito.


Crédito de la imagen


Quizá lo más significativo sea la rapidez con que se suceden los cambios. La cantidad y la envergadura de las novedades producidas en los últimos 50 años son comparables a todos los cambios de los 500 años anteriores. Nuestro modo de vida se parece bastante poco al de hace un siglo, el volumen de conocimiento se duplica ya prácticamente cada año y todo está, casi, al alcance de nuestros dedos… En fin, no hay más que teclear Did you know en Youtube para empezar a sentir vértigo.



También observamos el profundo cambio del “paisaje humano” en nuestros pueblos y ciudades, pero, incluso sin entrar a analizar esas nuevas-viejas realidades (la diversidad cultural, por ejemplo) y el impacto que está suponiendo su irrupción en nuestra propia casa estos últimos años –¿quién se podía imaginar hace sólo una década que en muchos pueblos de Bizkaia conviviríamos con varios colectivos de personas que hablan lenguas diferentes?–, lo cierto es que esto ha cambiado muchísimo desde nuestra época de estudiantes.

Hoy tenemos un mundo cada vez más poliédrico, cada vez más pequeño e intercomunicado (un poquito más intercultural?)… y una sociedad en aceleración continua. Siempre podremos decir aquello de “que pare el mundo que yo me apeo”, pero es inútil: no va a parar. Y, guste o no, “es lo que hay”, no tiene vuelta atrás.

Es el mundo que les ha tocado y al que tendrán que enfrentarse nuestros alumnos, nuestros hijos e hijas. Resulta difícil imaginarnos siquiera a qué dedicarán su vida. Viendo cómo va el mundo –y el mercado–, seguramente lo tendrán más difícil que nosotros. A muchos les tocará desarrollar su actividad laboral en trabajos que hoy todavía no existen, tendrán que utilizar tecnologías que aún no se han inventado…

Nuestros jóvenes se enfrentarán a problemas que ahora no existen y que, hoy por hoy, ni siquiera sabemos si son problema. Mientras, están aquí, en nuestras aulas. Unos preparándose para lo que les va a tocar. Otros simplemente esperando a que llegue el momento. Su momento.

Cuando fuimos nosotros los protagonistas del “salto generacional”, la distancia nos parecía un abismo. Quienes sí notaron aquel cambio fueron ama y aita. Lo sufrieron. Pero no todo salió tan mal, ¿no? En cierto modo podemos decir que hemos sido unos privilegiados: tuvimos la suerte de conocer la “época anterior” y ahora nos toca vivir ésta. Llegamos a conocer un poco el modo de vida y la manera de entender el mundo de la generación de nuestros abuelos, que apenas difería de la de sus padres. Se nos transmitieron valores –en aquel entonces, naturalmente, cristianos– como la misericordia, la caridad, la templanza… atributos y virtudes morales sin duda necesarias para un desarrollo equilibrado de adolescentes y jóvenes.



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Pero resulta que ahora una generación dura menos que un microprocesador de Intel o AMD. El ordenador con el que escribo, por ejemplo, aún no ha cumplido ocho años y ya he empezado a pensar en otro. Esa era, más o menos, la diferencia de edad con mis alumnos cuando empecé de profe: unos ocho años. Ahora les llevamos… ¿cuántas generaciones?

Decimos que el alumnado de 4º de la ESO siempre tiene 16 años y nosotros cada curso cumplimos uno más. La distancia es cada vez mayor. Ya no les hablamos de “misericordia” ni de “caridad”, pero sí intentamos que comprendan qué es la empatía, la solidaridad, la cooperación para el desarrollo, la colaboración o la sostenibilidad. A nadie se le ocurriría hoy hablar de “templanza”; hablaríamos más bien de autorregulación, de autocontrol emocional… Los tiempos pasan y algunas palabras parecen haber perdido su contexto natural. Es el caso de no sólo la palabra sino del ideal de “abnegación”, por ejemplo. Mucha gente joven, como Olaia la ganadora del concurso de “Beldur Barik”, ni lo comprende ni lo acepta tal y como se entendía antes. Y les alabo el gusto. No obstante, tampoco estaría de más que diéramos a nuestros jóvenes oportunidades de experimentar qué es el altruismo –no tanto que se lo contemos como vivirlo y sentirlo en primera persona–. Al mismo tiempo, no podemos olvidarnos de planificar también cómo “trabajar” la asertividad. ¡Incluso nos podemos atrever con la inteligencia emocional! Queramos o no, todos y todas transmitimos algo. Cambiaremos los términos, el enfoque será un poco más o un poco menos humanista, pero, como los rockeros, los viejos valores nunca mueren.



Por otra parte, todavía seguimos aferrados a la idea de que debemos trasmitir conocimientos, aunque los jóvenes, seguro, ya no nos necesitan para eso. Lo que se demanda de nosotros y nosotras es que les facilitemos herramientas que les permitan desarrollar una personalidad sana y puedan desenvolverse en la sociedad que les tocará vivir (ahí es nada!), debemos ayudarles a preparar su futuro, “acompañar” su proceso de desarrollo cognitivo y madurativo, intentar que sean personas competentes, con espíritu crítico, ciudadanos activos… Uf! Somos profes de lenguas o de ciencias, sí, y, además, educadores.

¿Y cómo se hace eso desde la distancia, es decir, desde los años-luz que nos separan? En fin, intentemos mirar a este siglo con optimismo. Que no cunda el pánico. Si se quieren hacer las cosas bien, probablemente la fórmula no será muy distinta a la de siempre: humildad, tesón, cercanía, profesionalidad, trasmitiendo –más que predicando– valores (¿o eran “virtudes”?).
Joseba Ibarra Bustinza