jueves, 3 de noviembre de 2011

A mí no me hables con ese Rintintín

Nos presentó, hace ya algunos años, un amigo común, José Íbar, Urtain: servidor acababa de leer La cuenta atrás, donde se relata el descenso a los infiernos del púgil vasco y le mandé un mail con el mismo escepticismo de quien lanza una botella al océano. Tardó apenas unas horas en responderme.

Desde entonces, cada vez que publica, presenta un libro o dirige festivales como La risa de Bilbao, tiene la delicadeza y la confianza de invitarme. De cuando en cuando se asoma a esta bitácora donde opina y participa.

Por eso, cuando salió a la luz En mi furor interno y otros surrealismos semánticos, decidimos cederle la palabra.

Autor de múltiples registros y formatos, columnista... Juan Bas nos regala en este post el prólogo y una selección de páginas de esta última creación, un impagable inventario de frases deshechas, de aparatosos accidentes lingüísticos.



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En parte por mi oficio, en parte por mi naturaleza hocicona y metete, suelo poner la oreja para escuchar fragmentos de conversaciones ajenas en los más diversos lugares. Se oyen cosas alucinantes; pero más asombroso que lo que se dice, es cómo se dice y los surrealismos semánticos en que se incurre, cada vez más frecuentes a medida que el personal se afianza en la condición ágrafa y su principal relación con la palabra escrita es los jeroglíficos mensajes de los teléfonos móviles: una especie de lenguaje parahumano exento de ortografía y sintaxis. Es verdad que el auge de las redes sociales tipo Facebook está consiguiendo que la gente escriba más. Pero sin contar con referencias por la falta de lectura de libros, se reproducen por escrito los mismos desatinos lingüísticos que se dicen de palabra y, de este modo, tienden si no a perpetuarse, sí a popularizarse y a darse por buenos, por correctos.

Los recogidos en este librito ―cuyo objetivo es humorístico―, después de una larga labor de cosecha, provienen principalmente del lenguaje oral y en mucha menor medida del escrito. Los he oído o me los han contado. Han sido dichos en las calles, en la televisión o en la radio. Navegan por ahí, están en el aire como los microbios y las bacterias, buscando el contagio y poseer a un nuevo portador.

Algunos de los que me han aportado seguro que son invenciones o leyendas urbanas o fueron dichos adrede, pero creo que son los menos. No funcionan igual los inventados, los artificiales, se nota. He intentado inventarme alguno, armar uno o dos de estos artefactos, y los resultados han sido mediocres. Es como intentar pensar con otra codificación de la mente, resulta extraño. Sería muy difícil superar con la imaginación lo que decía una mujer que le sucedía con las anchoas: ..Están muy buenas, pero lo malo es que te enterneces limpiándolas, no acabas nunca. O utilizar como aumentativo lo peyorativo: Para mí es muy importante, lo sobrevaloro sobre todas las cosas. O cambiar la calificación de un modo de expresarse por el nombre de un perro: A mí no me hables con ese Rintintín. O darle a una señal categoría fálica: Ten cuidado al aparcar, no tires los pipotes. O inventar palabras: ¿Qué dices? Me dejas perpléjica. O reinventar un refrán: Me pones entre la espalda y la pared.

De la variada glosa, coloridos comentarios y anécdotas cajón de sastre al hilo del amplio muestrario, sí soy el único responsable.

En fin, que probablemente todas estos granos de uva no sean más que el prólogo de la avalancha de melones[1] que se avecina como fruto de no leer nada solvente y escuchar los palos al castellano que sueltan los cráneos privilegiados que salen por la televisión. Puede que dentro de un cuarto de siglo nadie sepa ya lo que significa modorra o que cuando te cabreas te pones hecho un basilisco en vez de un obelisco, no te petrificas. Estoy convencido en mi furor interno de que la incultura avanza, sin prisa pero sin pausa, y no se atisba parapente alguno para frenarla, ya que los incultos se muestran cada vez más orgullosos de su ignorancia. Elogio de la incultura enciclopédica.





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Juan Bas





[1] Me gusta lo de eres más pesado que un collar de melones.


martes, 5 de abril de 2011

Un antojo es la cicatriz de un deseo

Resulta curioso el eterno enfrentamiento al que hemos condenado desde siempre a la palabra y a la imagen. Una imagen vale más que mil palabras -aseguramos. La Red ha acentuado más si cabe ese divorcio.

Fijémonos,ahora, en el título. Alguien que es capaz de definir así una mancha sufre seguramente un gozoso tipo de daltonismo: le cuesta distinguir el caracter del trazo, la pincelada del grafema; no sabe dónde termina el color y empieza el sonido. Y es que Sergio Astorga, nuestro invitado de este mes, lleva tiempo buscando la línea que le falta a la palabra. Los frutos de esa empresa los recoge en Antojos y en libros como Temporal.


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Creador incorregible, inventa para esta bitácora un mito, lo ilustra y lo interpreta con una lírica que recuerda a Góngora y al 27.

Esperamos que este genial daltónico no se cure nunca y -crucemos los dedos- que nos acabe contagiando.




Sergio Astorga


domingo, 13 de marzo de 2011

Un antojo es la cicatriz de un deseo

A la línea le faltaba la palabra



La historia de Hipodámia (que otros llaman mito) fue rescatada del fondo del mar por un buzo comedor de algas.

Geógrafos y adivinos se disputan la interpretación del hallazgo. Los geógrafos -calculando la brisa y la marea- se aferran a la hipótesis de que la historia de Hipodámia corresponde al mar Egeo y sus habitantes. Los adivinos -recostados en la arena- tuvieron saladas visiones durante cuatro días y afirmaron, con negra cólera, que la historia era falsa; una liviandad de Nereo: dios marino.

Sin embargo, el buzo comedor de algas, asombrado de tanta mezquindad, me contó la historia de Hipodámia y me entregó también, una musgosa tabla con inscripciones de lengua incierta.

Transcribo la historia tal como la contó, y la traducción de las inscripciones que parecen versos.

"Hipodámia, de altivo talle y voz templada, el día de su boda con Peritoo fue raptada por los Centauros.

La llevaron a la isla de Lemos y la ultrajaron. Los Centauros, borrachos, se burlaron de la belleza de Hipodámia. Uno de ellos le mordía los muslos, otro -el más altivo- hundía su pezuña en el vientre de Hipodámia que con el rostro irreconocible, imploraba el golpe que le diera muerte.

Ceneo, luchador invulnerable, se apiadó de Hipodámia y navegó a la isla de Lemos para dar muerte a los Centauros con su lanza incontenible. Desolló a los Centauros, les sacó las entrañas y dio de comer a Hipodámia.

Agradecida, Hipodámia se entregó a Ceneo.

Poseidón, despechado, quitó el conjuro y Ceneo volvió a ser mujer. Hipodámia, de altivo talle y voz templada, fue arrojada al mar por desear su propia muerte. Su castigo es interminable: espuma cuando la ola despierta al sol y mujer sin entrañas cuando la noche llega".





LA SUERTE DE HIPODÁMIA



Cuando la undosa mar se levante de su sueño


y esgriman las olas los sonidos del combate;


el soberano sol-ardiente labio- su empeño


anunciará tu nacimiento con el embate


de los días: infaustos panales de tu muerte.


¿Qué Dios dictó sentencia? ¿Qué lápida te abruma?


¿Si al nacer ya eres brisa al subir de la marea?


¡Ay! Hipodámia, hija, submarina del canto;


Si al rapto del Centauro tu memoria se orea,


deja la noche húmeda secarse con el llanto


de la estrella: corona sagrada de la luna.


Y entre tanto, Hipodámia, con sus notas de espuma


se lamenta del sueño al esconderse del día;


¡Del destino demando! ¡Escorias del tiempo!


Soy húmeda belleza, terrible y miserable


suerte. Barca nocturna por voluntad ajena;


herida por el agua, comida por el fuego.


Ciego remo la ira, ¡Maldigo!: voz de arena.




Sergio Astorga


lunes, 10 de enero de 2011

Este siglo viene un poco "raro"

Tendemos -seamos sinceros- a denostar el trabajo que se realiza en los COPs y Berritzegunes: desde los centros los vemos como desertores de la tiza y los acusamos de vivir al margen de la realidad cotidiana de las aulas.


Tendríamos que asomarnos más a menudo a ese trabajo de orientación. Deberíamos haber invitado antes a este espacio a asesores como Joseba Ibarra para enmendar en lo posible esa opinión. Su conocimiento e implicación en los temas más espinosos del momento educativo -Refuerzo Lingüístico- y en las nuevas apuestas de la Reforma -Tratamiento Integrado de las Lenguas- desmienten esa lejanía que a menudo les reprochamos.

Esa labor prolongada, esa carrera de fondo, se refleja perfectamente en este post en el que el autor analiza la labor de enseñar en un mundo que avanza a una velocidad desconcertante.



Ni mejor, ni peor. Simplemente raro. Muy diferente, cambiado. Tampoco los siglos anteriores tienen mucho de qué presumir, la verdad. El XX, sin ir más lejos, tuvo dos grandes guerras, además de otra fría y unos cuantos conflictos calientes. De todas maneras, faltando todavía el 90% del XXI, a lo mejor debería haber escrito el título entre signos de interrogación (¿?). Pedía Niels Bohr que cualquier frase que dijese “no fuera entendida como una afirmación, sino como una pregunta”. Pues eso, que este siglo nos ha llegado un poco rarito.


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Quizá lo más significativo sea la rapidez con que se suceden los cambios. La cantidad y la envergadura de las novedades producidas en los últimos 50 años son comparables a todos los cambios de los 500 años anteriores. Nuestro modo de vida se parece bastante poco al de hace un siglo, el volumen de conocimiento se duplica ya prácticamente cada año y todo está, casi, al alcance de nuestros dedos… En fin, no hay más que teclear Did you know en Youtube para empezar a sentir vértigo.



También observamos el profundo cambio del “paisaje humano” en nuestros pueblos y ciudades, pero, incluso sin entrar a analizar esas nuevas-viejas realidades (la diversidad cultural, por ejemplo) y el impacto que está suponiendo su irrupción en nuestra propia casa estos últimos años –¿quién se podía imaginar hace sólo una década que en muchos pueblos de Bizkaia conviviríamos con varios colectivos de personas que hablan lenguas diferentes?–, lo cierto es que esto ha cambiado muchísimo desde nuestra época de estudiantes.

Hoy tenemos un mundo cada vez más poliédrico, cada vez más pequeño e intercomunicado (un poquito más intercultural?)… y una sociedad en aceleración continua. Siempre podremos decir aquello de “que pare el mundo que yo me apeo”, pero es inútil: no va a parar. Y, guste o no, “es lo que hay”, no tiene vuelta atrás.

Es el mundo que les ha tocado y al que tendrán que enfrentarse nuestros alumnos, nuestros hijos e hijas. Resulta difícil imaginarnos siquiera a qué dedicarán su vida. Viendo cómo va el mundo –y el mercado–, seguramente lo tendrán más difícil que nosotros. A muchos les tocará desarrollar su actividad laboral en trabajos que hoy todavía no existen, tendrán que utilizar tecnologías que aún no se han inventado…

Nuestros jóvenes se enfrentarán a problemas que ahora no existen y que, hoy por hoy, ni siquiera sabemos si son problema. Mientras, están aquí, en nuestras aulas. Unos preparándose para lo que les va a tocar. Otros simplemente esperando a que llegue el momento. Su momento.

Cuando fuimos nosotros los protagonistas del “salto generacional”, la distancia nos parecía un abismo. Quienes sí notaron aquel cambio fueron ama y aita. Lo sufrieron. Pero no todo salió tan mal, ¿no? En cierto modo podemos decir que hemos sido unos privilegiados: tuvimos la suerte de conocer la “época anterior” y ahora nos toca vivir ésta. Llegamos a conocer un poco el modo de vida y la manera de entender el mundo de la generación de nuestros abuelos, que apenas difería de la de sus padres. Se nos transmitieron valores –en aquel entonces, naturalmente, cristianos– como la misericordia, la caridad, la templanza… atributos y virtudes morales sin duda necesarias para un desarrollo equilibrado de adolescentes y jóvenes.



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Pero resulta que ahora una generación dura menos que un microprocesador de Intel o AMD. El ordenador con el que escribo, por ejemplo, aún no ha cumplido ocho años y ya he empezado a pensar en otro. Esa era, más o menos, la diferencia de edad con mis alumnos cuando empecé de profe: unos ocho años. Ahora les llevamos… ¿cuántas generaciones?

Decimos que el alumnado de 4º de la ESO siempre tiene 16 años y nosotros cada curso cumplimos uno más. La distancia es cada vez mayor. Ya no les hablamos de “misericordia” ni de “caridad”, pero sí intentamos que comprendan qué es la empatía, la solidaridad, la cooperación para el desarrollo, la colaboración o la sostenibilidad. A nadie se le ocurriría hoy hablar de “templanza”; hablaríamos más bien de autorregulación, de autocontrol emocional… Los tiempos pasan y algunas palabras parecen haber perdido su contexto natural. Es el caso de no sólo la palabra sino del ideal de “abnegación”, por ejemplo. Mucha gente joven, como Olaia la ganadora del concurso de “Beldur Barik”, ni lo comprende ni lo acepta tal y como se entendía antes. Y les alabo el gusto. No obstante, tampoco estaría de más que diéramos a nuestros jóvenes oportunidades de experimentar qué es el altruismo –no tanto que se lo contemos como vivirlo y sentirlo en primera persona–. Al mismo tiempo, no podemos olvidarnos de planificar también cómo “trabajar” la asertividad. ¡Incluso nos podemos atrever con la inteligencia emocional! Queramos o no, todos y todas transmitimos algo. Cambiaremos los términos, el enfoque será un poco más o un poco menos humanista, pero, como los rockeros, los viejos valores nunca mueren.



Por otra parte, todavía seguimos aferrados a la idea de que debemos trasmitir conocimientos, aunque los jóvenes, seguro, ya no nos necesitan para eso. Lo que se demanda de nosotros y nosotras es que les facilitemos herramientas que les permitan desarrollar una personalidad sana y puedan desenvolverse en la sociedad que les tocará vivir (ahí es nada!), debemos ayudarles a preparar su futuro, “acompañar” su proceso de desarrollo cognitivo y madurativo, intentar que sean personas competentes, con espíritu crítico, ciudadanos activos… Uf! Somos profes de lenguas o de ciencias, sí, y, además, educadores.

¿Y cómo se hace eso desde la distancia, es decir, desde los años-luz que nos separan? En fin, intentemos mirar a este siglo con optimismo. Que no cunda el pánico. Si se quieren hacer las cosas bien, probablemente la fórmula no será muy distinta a la de siempre: humildad, tesón, cercanía, profesionalidad, trasmitiendo –más que predicando– valores (¿o eran “virtudes”?).
Joseba Ibarra Bustinza